El arte no se libra de las numerosas crisis a las que se enfrenta el mundo. La desigual distribución de la riqueza va en detrimento del propio arte. Los artistas reciben menos financiación, se estanca la innovación y cambian su enfoque al más puro mercantilismo. Al mismo tiempo, las instituciones y galerías tienen que elegir entre innovar o apostar por trabajos «comercializables», optando por lo segundo.
Las comunidades artísticas que dan vida a las zonas metropolitanas están desapareciendo. El encarecimiento de la vivienda y los locales agrava el problema. Sus necesidades económicas y la menor financiación desde las instituciones artísticas les obliga a buscar la seguridad económica a toda costa.
La discriminación del artista cada vez tiene que ver más con el acceso a determinada clase y a las fórmulas que redundan en éxito. Muchos universitarios se dan cuenta de que sus títulos son inútiles y buscan otras oportunidades de empleo. Otros entran en el mundo del arte como esbirros: asistentes de galerías, secretarias y pasantes temporales.
Los artistas que consiguen serlo deben desarrollar su talento bajo el prisma de un arte comercial. La presión de los comisarios, patrocinadores y mecenas, preocupados por la fama y la celebridad, obligan a las galerías a mostrar interés por los mismos temas que el capital financiero, por el arte como entretenimiento.
La infracción de los derechos de autor es otro tema peliagudo, pues la defensa de estos derechos suele beneficiar a los artistas de perfil alto en detrimento del resto. En este tipo de disputas legales los «artistas ricos» y sus abogados ganan siempre. En muchas ocasiones roban sin escrúpulos. Se necesita urgentemente un apoyo legal a los artistas que deseen presentar reclamaciones de derechos de autor y poner sanciones más severas a los infractores.
Bajo estas premisas, la escasez de obras de arte convincentes, inspiradoras e innovadoras es patente cada año que pasa. Por lo que se necesita un público más crítico y proactivo para apoyar al arte verdadero. Es responsabilidad del espectador exigir perspectivas más profundas y rechazar el sensacionalismo.
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