Se cumplen 150 años de la publicación de este libro en 1865, un libro que es mucho más que un clásico de la literatura infantil. Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas son una mina inagotable de temas literarios pero también filosóficos y científicos. Para empezar, su curiosidad asomándose a la madriguera del conejo le conduce a una pérdida de identidad. Es una niña abandonada que vaga. Dentro del libro es la única persona real, incluso la única cuerda. La percepción infantil del mundo es la única verdadera -nos dice el autor-, crecer y madurar conduce a la inevitable corrupción del carácter y a la hipocresía. Crecer en Wonderland significa la muerte de la niña, y aunque Alicia sigue siendo una niña a pesar de sus cambios de tamaño, la muerte siempre está presente, simbolizada en el ventilador del conejo que la hace desaparecer, sugerida en la conversación con la oruga sobre la metamorfosis, encarnada en la reina de corazones – la diosa de la muerte-, siempre gritando ¡que le corten la cabeza!
Una de las claves de la historia de Carroll es su uso del lenguaje. Lewis Carroll, seudónimo del escritor y aventajado matemático inglés Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), traslada el lenguaje a la escala matemática y consigue sin sentidos por su altos conocimientos de lógica. Sabe invertir las reglas y consigue que el verdadero sentido parezca azaroso e impredecible, como en un sueño que no se presta a ningún tipo de resolución. Alicia no aporta ningún conocimiento nuevo a las criaturas de fantasía, ni parece haber aprendido nada nuevo cuando abandona este mundo.
Aunque hay un montón de «reglas», las leyes del país de las maravillas son una parodia absoluta de la justicia real. En el juego de croquet cualquier persona puede ser ejecutada por razones que sólo la reina entiende. Uno de los problemas de la ley en cualquier contexto es su aplicación. Cuando se aplica arbitrariamente la justicia se convierte en injusticia y no hay manera de cambiar la ley porque no existe.
El tiempo en Wonderland sólo tiene un sentido psicológico y artístico. Cuando concebimos el tiempo ordinario pensamos en unidades de duración – horas, minutos y segundos; o días, semanas, meses y años. Damos por supuesto que el tiempo es como un reloj y que nuestra edad es fruto del mismo tipo de proceso. Pero nunca podremos volver al pasado aunque ajustemos nuestro reloj al horario de verano. El tiempo personal es absoluto e irreversible. El Conejo Blanco siempre tiene prisa, es el representante del tiempo veloz. El Sombrerero y la Liebre de Marzo, en cambio, pertenecen a un mundo en que el tiempo no corre. Que el tiempo no funcione produce mucha más intranquilidad que corra, pase y se pierda.
El mundo semántico que rodea a Alicia es más claro en Alicia través del Espejo. En su encuentro con Humpty Dumpty -un huevo antropomórfico, personaje clásico de la literatura anglosajona- quedan claras las dificultades que acechan al lenguaje y a la comunicación humana.
Algunas palabras tienen su genio… particularmente los verbos…, son los más creídos…, con los adjetivos se puede hacer lo que se quiera, pero no con los verbos… ¡Impenetrabilidad! Eso es lo que yo siempre digo.
Dice el huevo antes de continuar:
Cuando hago que una palabra trabaje tanto como ésa [impenetrabilidad], siempre le doy una paga extraordinaria.
Humpty Dumpty defiende una perspectiva del uso del lenguaje que parece reducir al absurdo la concepción convencionalista del lenguaje, es decir, que las palabras significan lo que ciertas normas convencionales fijan como significado. Humpty Dumpty parece llevar al extremo esta idea, proponiendo que el significado de una palabra pueda reducirse a la norma privada que fija un hablante para sí mismo.
En un pasaje clave, Humpty Dumpty dice a Alicia:
-¡He ahí tu gloria!
− No sé qué es lo que quiere decir con eso de “gloria” −observó Alicia.
Humpty Dumpty sonrió despectivamente.
− Pues claro que no…, y no lo sabrás hasta que te lo diga. Quiere decir que “he ahí, te he dado con un bello y contundente argumento”.
− Pero “gloria” no significa “un bello y contundente argumento” −objetó Alicia−.
-Cuando yo uso una palabra −insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso− ella significa lo que yo elegí que significara…, ni más ni menos.
− La cuestión −insistió Alicia− es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
− La cuestión −zanjó Humpty Dumpty− es saber quién es el que manda…, eso es todo.
Assitimos a un clásico debate de filosofía del lenguaje. Primero, las palabras dicen lo que dicen en virtud de una regla o norma convencional que fija su significado; segundo, tal estipulación depende de quién tenga el poder asimétrico para imponer tal significado a los demás. Aunque siempre pueden darse desviaciones que violan nuestras expectativas de comprensión y que nos llevan a comprender al otro en virtud de una traducción/interpretación, cuyo acuerdo es producto de la propia interacción dialógica y no de compartir previas normas o reglas. En este sentido la comprensión mutua se rige menos por reglas prefijadas.
Esto es muy aplicable al contexto de la lectura, en el cual el lector debe encontrar activamente la manera de comprender al autor y su texto.
Alicia, como texto, siempre nos resultará un acertijo.