Puede que la pintura la hayan dado por muerta antes de tiempo. En 2019, ARCO ha matado la fotografía artística y la escultura. Las instalaciones no se han dejado ver, ni tampoco los performances ni la provocación. No parece importar mucho el mensaje, ni la ideología en el mensaje, ni las reflexiones sobre la crisis o la deriva mundial, ni siquiera las alusiones a la tecnología y/o las redes tan abundantes en el último decenio.
El tiempo de las metáforas pretenciosas parece haber pasado, también el de la estética con afán deslumbrante y apoyada en las nuevas tecnologías. Es como si todo estuviese dicho y entrásemos en una nueva (vieja) etapa (al menos en el arte que persiguen los coleccionistas) que reniega de la saturación del mensaje y de la tiranía de lo digital. No parece casual que hayan abundado los lienzos en blanco por toda la feria -que de alguna manera expresan nihilismo conceptual: el quedarse mudo y vacío frente a este retorno al origen.
Parece que lo importante ahora es el explorar las posibilidades del medio más primigenio de todos: el lienzo. El lienzo entendido como cuadro, como encuadre de la composición en dos y tres dimensiones (físicas y tangibles), dominado y sometido por la pintura y los collages que transmiten sensaciones táctiles. Las texturas de carácter gestual y abstracto, propias del informalismo, abundaron por todos los rincones. De hecho, varias obras representativas de Antoni Tàpies, máximo exponente de este movimiento, pudieron verse en distintos pabellones.
Así que el lienzo de toda la vida es el nuevo (viejo) soporte del arte; un cuadro que es fundamentalmente (pero no sólo) pictórico, donde abundan los relieves que se escapan de la dimensión plana. Telas, maderas, metales, cartones, lonas, piedra, escayola, cristales, paredes en construcción, azulejos, ladrillos, tapices, plástico, lana, terciopelo, hormigón, alambre, papel, madera, vinilo, espejo, pantallas, cerámica. Cualquier material es bueno como lienzo, también como masa para llenarlo o como perfil creador de sombras. Pero eso sí, todo este juego ha de estar bien enmarcado. Y si los marcos son dorados y barrocos, pues mucho mejor. Que no se desparrame el sentido.
Esto puede significar un paso adelante (o atrás) en la intención del artista. Y es que por mucho que las vanguardias se empeñen nunca podrán escapar de las jaulas que establecen los límites. Y si en un futuro el arte se traduce en hologramas, cuando lo físico nos pese demasiado, resultará que el lienzo será el aire y su marco lo finitud de la obra.