Al principio fue el verbo. Internet y las redes sociales son -o fueron en un primer momento- una analogía del mundo real. Nos gusta pensar que la red de redes nació del mundo real y que reprodujo sus hábitos y sus formas de comunicación. Pero la escala que ha alcanzado ya nos hace dudar de este origen. A llegado a un punto que se reproduce a sí misma y crece exponencialmente lejos del mundo real y de los humanos.
Existe una pequeña localidad italiana llamada Civitacampomarano, situada en la provincia Campbasso, en el sur de Italia… un bucólico pueblo por el que no pasa el tiempo. Sus residentes, en gran parte mayores de 75 años, no están lo que se dice «superconectados». Al menos no lo están en el mundo virtual.
El artista italiano Biancoshock ha encontrado en este pueblo un escenario idóneo para recordarnos cuáles fueron los orígenes de internet. Por si se nos ha olvidado, antes de WhatsApp había cabinas de teléfonos, y antes de Gmail buzones de correo. La wikipedia podría ser una sabia anciana. Cualquier portal de compras, el más modesto ultramarinos. Facebook, un tablón de anuncios municipal. Youtube, los canales de la televisión del bar tienda. Google la forma de buscar información que subyace al acto de tomarse unas cañas. Twitter una rápida conversación en un banco público.
Y luego está el beso real, ese que acontece de pronto, que da inicio a una relación quizás inesperada, que nada tiene que envidiar al tiempo perdido en webs de citas y sexo.
La instalación de Biancoshock, en este pueblo tallado en piedra sobre una colina, nos devuelve al mundo físico por un rato. Nos hace ver de dónde venimos y cuestionarnos un poco hacia dónde vamos.