Pasan los años y nada se ha corregido, la crisis liberal se afronta con más medidas liberales. Palabras como «regular», «planificar», «Estado» siguen siendo sospechosas. Las cifras macroecónomicas repuntan y con eso basta. No parecemos darnos cuenta de que la macroeconomía es nuestro mayor enemigo, que en los tiempos que corren la macroeconomía va bien, precisamente, por que asfixia a la microeconomía. No existe una correspondencia entre las cifras macros y las micros y han llegado a ser inversamente proporcionales gracias a la especulación grandilocuente, que nada tiene que ver con el ahorro. Parece que nos vemos abocados a ser presa de los mercados y sus gestores. Incluso las personas con talento e iniciativa se ven amordazadas por una hipoteca y/o la falta de trabajo; otros muchos simplemente se ven las caras con la miseria. El gran engaño neoliberal era éste: vamos a decirles que todo va bien, a crear un clima opulento para que se mueva el dinero y salga de sus escondrijos, luego metemos todos sus ahorros en un paraíso fiscal y que se apañen. Ese era el plan, hacer un gran desfalco a la comunidad delante de sus narices. Un plan que también tiene segunda parte: cuando la gente esté sin recursos e hipotecada hasta las cejas, vamos a decirles que la culpa es de ellos mismos por no saber administrarse y, sobre manera, del Estado, que gastó el dinero sin medida.
En el cuarto aniversario del 15 M, el verbo «desmantelar» sigue con su dominio aunque se pronuncie más bien poco. Hay todavía muchas funciones que cumple el Estado que no dan ningún rendimiento a los grandes hombres de negocios, y es necesario hacer creer que estos servicios públicos no funcionan, que están condenados al fracaso a no ser que una «mano invisible» los gestione. Por alguna misteriosa razón, y después de todo lo que hemos visto en los últimos año, seguimos creyendo que la gestión empresarial es la más inocua. Ajustemos, privaticemos, envejezcamos trabajando, ahorremos dinero en jubilaciones, añadamos tasas obligatorias para quien quiera hacer uso de la sanidad, implantemos peajes en todos los servicios comunes, sigamos con las políticas impopulares para reducir el déficit, subamos los impuestos a los de siempre, reduzcamos la inversión en la educación de nuestros hijos, endurezcamos más aún la ley de extranjería, dejemos las viviendas sin inquilinos, los locales comerciales cerrados, los edificios sin rehabilitar, las fincas sin trabajar, la mitad de España sin habitantes y sin formación. Es decir, desmantelemos más aún, reduzcámoslo todo a su mínima expresión y con el dinero que nos ahorremos sigamos pagando a políticos y enriqueciendo a ejecutivos para que sigan desmantelando hasta que el Estado, ese concepto decimonónico y sospechosamente marxista, deje de molestarnos de una vez. Sólo entonces seremos libres, nos convertiremos en un país en vías de subdesarrollo y podremos trabajar por un sueldo ínfimo en una multinacional rampante.