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Abbas Kiarostami, reinventando el #cine

Abbas Kiarostami, reinventando el #cine

Abbas Kiarostami (22 de junio de 1940 – 4 de julio 2016) se quedó en Irán cuando la mayoría de los artistas lo abandonaron tras la revolución islámica de 1979. Allí realizó medio centenar de películas, y su entorno socio-político, paradójicamente, le permitió experimentar y ser un creador libre.

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Se ha dicho muchas veces que Kiarostami no tenía formación y que nunca trabajó como ayudante de ningún director. Y este podría ser, precisamente, el secreto de su mirada fresca e inocente. Lo que le permitió redescubrir, incluso reinventar el medio cinematográfico. Renegó de todas las normas de la ficción fílmica, empezando por la elección de lugares y espacios de no-acción, como el desierto, una sala, un pueblo después de un terremoto, el interior de un coche…

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Alejada de los circuitos comerciales de Occidente, la obra de Kiarostami se ha hecho grande y poética. Su cine se ha construido a favor del espectador, haciéndole participar con su mirada e imaginación. Hasta tal punto que cada uno puede ver su propia película y cuestionar los límites entre la realidad y la representación, la verdad y la apariencia, la vida y el arte.

En 1970 realizó su primer corto, El Pan y la calle. Este trabajo ya encierra la estética y los temas de toda su filmografía. Su facultad para descomponer el espacio dando la ilusión de continuidad, y su obsesión con el retorno a los orígenes del cine, buscando su esencia gracias a dispositivos simples o al uso del vídeo. El director, con tono naturalista, coloca la infancia en el centro de su universo. Un niño con una hogaza de pan frente a un perro, así inicia una serie de películas que se centran en la infancia y sus dilemas. Donde, sutilmente, se plantean preguntas sobre la libertad y el control social. Bajo la estricta censura de la dictadura y la policía secreta, Kiarostami representó a los niños como agentes libres, tenázmente decididos a tomar decisiones morales, en un sistema educativo basado en la coacción y el adoctrinamiento.

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«La vocación del arte -dijo- es abstraernos de nuestra realidad cotidiana y llevarnos a una verdad oculta de difícil de acceso, una verdad que no es material sino espiritual».

El estilo contemplativo de Kiarostami perseguía esta verdad, interrogaba sobre el estatus epistemológico de la representación visual, tanto estática como en movimiento. Su visión cinematográfica a menudo tomaba la forma de una mirada pasiva, nada intencional. Era la cámara en sí misma, colocada muchas veces en el asiento delantero o en el salpicadero de un vehículo en movimiento, evitando así la sensación de una pantalla estática, de «un muro de proyección». La película transcurre por un sendero sinuoso y polvoriento que parece llevarnos lejos. La fascinación de Kiarostami con el movimiento se hizo más patente con la incursión del director en el cine digital, con cámaras más ligeras y versátiles que mejoran la sensación de movilidad y, consecuentemente, la narrativa que le interesaba al autor.

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Cámara, director y público: los tres son la misma cosa, participan por igual en la producción de sentido.

«La única manera de vislumbrar un nuevo cine es tener más en cuenta el papel del espectador, la pantalla ya está muerta y es el espectador el único que puede darle vida. Lo único que yo puedo hacer es sostener un espejo delante de los hombres y de las mujeres para hacerles reflexionar.», dijo Kiarostami. El espectador… tan importante para el director iraní que lo ha llegado a convertir en personaje de la trama, incluso en director de la película que está viendo.

Abbas Kiarostami colocó el cine iraní en el mapa internacional cuando El sabor de las cerezas ganó la Palma de Oro de Cannes en 1997. Antes ya había sido aclamado con ¿Dónde está la Casa de mi amigo?, A través del Los olivos, Primer plano . En la última década, Kiarostami estuvo grabando casi exclusivamente en digital, y su trabajo se fue haciendo más abstracto.

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